Este artículo de nuestro credo católico da sentido pleno a nuestra fe
cristiana..
¡Jesucristo ha resucitado, aleluia! Esta es la Pascua; el paso la
muerte a la vida. De una vida de pecado, pasible y mortal, a una vida nueva de
gracia e inmortalidad.
La resurrección de Jesucristo de entre los muertos, es el fundamento que
sostiene toda nuestra fe cristiana.
Dice San Pablo:"Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación,
vacía es vuestra fe.¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia
de los que murieron." (1Co 15, 14. 20).
La Pascua de Jesucristo es el misterio de su pasión, muerte y resurrección.
Es su triunfo, su victoria y su gloria, Subió a los Cielos y está sentado a la
derecha del Padre.
Pero Cristo es nuestra Pascua. Su Pascua es también la nuestra, y es prenda
de nuestra victoria y nuestra gloria.
Los cristianos vivimos nuestra pascua ya en esta vida presente. Pascua
temporal, preludio de la eterna. Incorporados a Cristo por el Bautismo, vivimos
nuestra pascua muriendo y resucitando. Como nos enseña San Pablo, hemos de morir
continuamente al hombre viejo (que sufre las consecuencias y las secuelas del
pecado) para resucitar al hombre nuevo, configurado a imagen y semejanza de
Cristo resucitado y glorioso. Se puede decir que la vida del cristiano ha de ser
una continua muerte-resurrección en Cristo Jesús. Este es nuestra pascua en esta
tierra, hasta que en más allá podamos disfrutar y gozar definitivamente de la
pascua eterna.
Nuestra resurrección será distinta de las que conocemos en la
Escritura, Cuando al rezar el Credo decimos: "creo en la resurrección de los
muertos", nos referimos a un estado de vida totalmente distinto del de nuestra
vida terrena. No será una resurrección como las que leemos en el Evangelio: la
resurrección de la niña de Jairo, o la del hijo de la viuda de Naín, o la
resurrección de Lázaro. Estas personas volvieron a la misma vida que tenían
antes de morir, y murieron definitivamente cuando les llegó su hora. Nuestra
resurrección será a imagen y semejanza de la de Cristo.
El Cristo resucitado que se aparece a los Apóstoles, ya no vive con
ellos como antes.
El que estaba con ellos antes (aun siendo Hijo de Dios) era un Jesús
terrestre y mortal. El Jesús resucitado que se aparece a sus discípulos, es un
Jesús celeste e inmortal. Resucitó para nunca más morir, creemos que en nuestra
resurrección se nos dará también un cuerpo semejante al suyo, como dice San
Pablo:"Pero nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde esperamos como
Salvador al señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a
imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí
todas las cosas." (Ef 3, 20-21).
Teniendo pues en nosotros este germen de vida eterna que nos llevará a
la resurrección, cuando la gracia se transforme en gloria, vivamos la
exhortación del Apóstol: "Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Aspirad a
las cosas de arriba, no a las de la tierra.(Col 3, 1-2).
Elevemos continuamente nuestra mirada al Cielo. Todos nuestros
problemas y todas las crisis habidas o por haber, son siempre a ras de tierra.
Cuando elevamos la mirada hacia arriba, todo se relativiza y se atenúa.
Levantemos el corazón. ¡Arriba, arriba! Que estamos hechos para algo mucho más
grande y mejor que todas esas bagatelas de aquí abajo, que nos llevan tan de
cabeza y al retortero. ¡Arriba, arriba fijos los ojos en Jesús glorioso,
primicia de todos los que están con Él glorificados, y que ya nos tiene un lugar
reservado en el Cielo y nos está esperando.
¡Arriba, arriba, porque su Pascua gloriosa es prenda y garantía de la
nuestra!
¡Arriba, arriba, porque Jesucristo ha resucitado. ALELUIA!
P. Pedro Cura Lluviá cpcr.
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